
El 17 de marzo de 1861 se proclamó el Reino de Italia, pero los italianos del Risorgimento aún no habían conquistado una identidad nacional.
La idea de nación (un pueblo, un territorio y una lengua) no era un hecho preexistente, sino el resultado de un proceso lento.
De 23 millones de habitantes en 1861, menos de dos millones hablaban italiano.
Un siciliano y un piamontés no se entendían y el 78% de los habitantes de la Península no sabía leer ni escribir.
Napolitanos, Romanos, Piemonteses, aquel 17 de marzo se habían convertido casi todos -excepto venecianos, romanos, trentinos y triestes- en súbditos de un reino nacido de guerras que ahora llamamos de independencia pero que también fueron de conquista, aunque luego ratificadas por plebiscitos.
Sin embargo, los italianos tenían, como dicen, un gran futuro detrás de ellos.
Es decir: su identidad nacional se encontraba en su historia común, incluidas las disputas.
“El proceso de formación de la identidad italiana fue iniciado por una élite intelectual convencida de que el linaje y la nación itálicos existían”, explica Alberto Banti, historiador del Risorgimento en la Universidad de Pisa. “Pero la mayoría de los que vivían dentro de los límites geográficos de la Península se sentían ante todo napolitanos, piamonteses o romanos”.
El concepto mismo de nación como unión de pueblos con lengua, costumbres y territorio compartidos era entonces bastante reciente:.
Se remonta al siglo XVIII, el siglo de la Ilustración. “Incluso en Francia, España e Inglaterra, países bajo una sola corona durante siglos, prevalecieron las identidades locales y cada región tenía sus propios dialectos, tradiciones, costumbres”.
Es cierto, sin embargo, que desde la Edad Media existía, a ambos lados de los Alpes, la clara percepción de que Italia era mucho más que una “mera expresión geográfica”
Era una idea alimentada por la literatura y la historia antigua: el latino Virgilio y los “inventores del italiano” Dante, Petrarca y Boccaccio fueron los padres reconocidos de todos los escritores de Italia.
La ciudadanía italiana se basa en el principio del “ius sanguinis”, en virtud del cual es italiano el hijo nacido de padre italiano o madre italiana.
Por línea paterna: la ciudadanía se transmite de padre a hijo sin límites de generación.
Si en cambio la persona que trasmite la ciudadania es mujer la va a trasmitir a hijos nacidos despues del primero de Enero de 1948.
Resumiendo, el hombre siempre pasa la ciudadania.
Si tiene una hija en 1920 va a recibir la ciudadania de su padre pero la va a trasmitir a hijos nacidos despues de 1948.
Si tiene dos hijos uno nacido antes y otro despues del año indicado, el que nacio despues va a tramitar en el Consulado Italiano una ciudadania administrativa, mientras que el segundo o sea aquel nacido antes, va a tramitar una ciudadania judicial en el Tribunal de Roma.

